Dicen los
astrólogos y quienes creen en astrología que cuando cumplimos los 29 años se
completa el primer ciclo de Saturno en nuestras vidas. Saturno es un planeta
lento que se demora 29 años dándole la vuelta al Sol. Por este motivo es solo
en ese momento de nuestras vidas que llega y trae consigo su gran revolución. Saturno,
dicen los que saben, es conocido como el planeta del karma y, por este motivo,
cuando completa una vuelta en el ciclo vital de cada ser, trae consigo una
revolución, una transformación, una cantidad de sucesos que a muchos aterran.
Antes creía
muchísimo en todas esas cosas, incluso osé estudiarlas y dármelas de entendida
en algunos momentos. La vida me ha mostrado que, más allá de todo aquello
externo en lo que podamos creer, es la experiencia propia, la consciencia de
nuestro ser, la que realmente nos va llevando a pasos de gigante o pigmeo (según
nosotros mismos elijamos) por los caminos de la vida. Creer o no creer en
creaciones humanas, resulta secundario. Solo hay algo en lo que siempre
deberíamos creer y es en nosotros mismos, pues albergamos el cosmos entero en
nuestro ser.
Mi mejor amiga,
menos creyente, más escéptica, pero con una mente tan abierta como la mía, me
acompaña a menudo, me inspira y me incita a estas reflexiones sobre la
naturaleza de nuestro ser y lo que realmente constituye nuestro destino. Las
dos ya pasamos de los 30, es decir, las dos ya sobrevivimos al paso de Saturno
en nuestras vidas. Y por ese motivo, creamos o no en astrología, algo de lo que
sí podemos dar fe es que ese paso de los 29 a los 30 nos trajo un sinnúmero de
desafíos, pruebas, retos, karmas, o como queramos llamarlos. Las dos llevamos
unos años viviendo en nuestro postSaturno
y hay algo que nos queda muy claro: si
no hubiéramos vivido ese Saturno de la forma en que lo hicimos, si ese Saturrno
no hubiera tenido lugar en nuestras vidas, posiblemente el post Saturno y todo lo que la vida nos ha puesto en el camino en
estos varios (no muchos, claro) años que llevamos desde que Saturno se nos
atravesó en la vida, nos hubieran destrozado, posiblemente habríamos caído o no
habríamos tenido las agallas y la entereza para mantenernos de pie frente a las
adversidades…
Lo claro
acá es que el simbolismo de este planeta
en la vida de los seres es, quizás, que abre paso a la madurez. “Nadie vuelve
el mismo después del verso” decía Marga Castro una poeta que conocí hace
algunos años en Roldanillo. Nadie vuelve el mismo después del verso porque el
verso es una experiencia que surge de lo más profundo y a veces oscuro de nuestro
ser, pero que, de alguna forma, emitimos o leemos en busca de un poco de luz.
Nadie vuelve el mismo después del verso, porque el verso representa la desnudez
del ser que lo escribió y la del que ávido lo lee. En resumen, nadie vuelve el mismo después de que
un rayo lo atraviesa y lo confronta, nadie regresa el mismo después de abrir su
pecho al infinito o a la nada... Nadie puede volver el mismo después de una
experiencia que confronta y menos si esa confrontación se da en íntima relación
con nosotros mismos: con nuestros miedos, con nuestras dichas, con nuestra luz
y con la oscuridad que nos posee.
Y así como
pasa con el verso, nadie podría volver el mismo, ser el mismo, después de
Saturno. Pasar por el ciclo de los 29 a los 30, es como entregar al universo
todas nuestras dudas, todos nuestros miedos, para que él mismo nos los devuelva
con la única misión de que los miremos a la cara. La fuerza de Saturno es la de
aquel que devora a sus hijos para surgir. Devorar a los hijos es una forma de
tragarnos lo que somos en todos nuestros aspectos, de tragarnos lo que hemos
construido para poder mirar más allá de nuestras propias limitaciones: las que
nosotros mismos hemos creado.
Sin un paso
como ese, la vida adulta no sería posible. Sin eso, no seríamos capaces de
vencernos y renovarnos diariamente a nosotros mismos. No hay ave Fénix sin las
cenizas saturninas. No sabemos de qué clase sea la lucha, no sabemos si es poca
o intensa, puede que en ocasiones ni nos parezca tan lucha: para unos puede
serlo, para otros no, o más, o menos, en fin… Quizás simplemente sea
suficiente, la necesaria para que el colorido de una vida adulta pueda
instalarse en nuestro ser… Eso sí, recordemos que los colores en su infinita
posibilidad de combinación pueden traernos tonos de las más variadas gamas.
Resurgir
como el ave Fénix lo hace de sus cenizas y poblar nuestro ser de colorido
plumaje no quiere decir que ahora las cosas son color de rosa: eso sería
limitar mucho la paleta de posibilidades. No es que no me guste el rosa, es que
cuando la monotonía se abre paso, como con el “fueron felices para siempre” de
los cuentos de hadas, el ave se estanca y sus plumas envejecen, se vuelven
grises, quizás. El colorido de la vida adulta implica que, luego de ese paso
intenso, ya no somos los mismos: somos seres que se renuevan constantemente y
que, a partir de entonces, asumen la tarea y la entereza de ser una y mil veces
aves Fénix, de no permitir que nada encienda el gris en sus plumajes y, menos
aún, que las cenizas se queden inmóviles esperando que el viento las disipe.
Creo que es en todo esto que reside el invaluable significado de no ser nunca
más el mismo después de Saturno en nuestras vidas.