sábado, 26 de noviembre de 2016

Reflexiones sobre el paso de Saturno por nuestras vidas



Dicen los astrólogos y quienes creen en astrología que cuando cumplimos los 29 años se completa el primer ciclo de Saturno en nuestras vidas. Saturno es un planeta lento que se demora 29 años dándole la vuelta al Sol. Por este motivo es solo en ese momento de nuestras vidas que llega y trae consigo su gran revolución. Saturno, dicen los que saben, es conocido como el planeta del karma y, por este motivo, cuando completa una vuelta en el ciclo vital de cada ser, trae consigo una revolución, una transformación, una cantidad de sucesos que a muchos aterran.

Antes creía muchísimo en todas esas cosas, incluso osé estudiarlas y dármelas de entendida en algunos momentos. La vida me ha mostrado que, más allá de todo aquello externo en lo que podamos creer, es la experiencia propia, la consciencia de nuestro ser, la que realmente nos va llevando a pasos de gigante o pigmeo (según nosotros mismos elijamos) por los caminos de la vida. Creer o no creer en creaciones humanas, resulta secundario. Solo hay algo en lo que siempre deberíamos creer y es en nosotros mismos, pues albergamos el cosmos entero en nuestro ser.

Mi mejor amiga, menos creyente, más escéptica, pero con una mente tan abierta como la mía, me acompaña a menudo, me inspira y me incita a estas reflexiones sobre la naturaleza de nuestro ser y lo que realmente constituye nuestro destino. Las dos ya pasamos de los 30, es decir, las dos ya sobrevivimos al paso de Saturno en nuestras vidas. Y por ese motivo, creamos o no en astrología, algo de lo que sí podemos dar fe es que ese paso de los 29 a los 30 nos trajo un sinnúmero de desafíos, pruebas, retos, karmas, o como queramos llamarlos. Las dos llevamos unos años viviendo en nuestro postSaturno y  hay algo que nos queda muy claro: si no hubiéramos vivido ese Saturno de la forma en que lo hicimos, si ese Saturrno no hubiera tenido lugar en nuestras vidas, posiblemente el post Saturno y todo lo que la vida nos ha puesto en el camino en estos varios (no muchos, claro) años que llevamos desde que Saturno se nos atravesó en la vida, nos hubieran destrozado, posiblemente habríamos caído o no habríamos tenido las agallas y la entereza para mantenernos de pie frente a las adversidades…

Lo claro acá es que  el simbolismo de este planeta en la vida de los seres es, quizás, que abre paso a la madurez. “Nadie vuelve el mismo después del verso” decía Marga Castro una poeta que conocí hace algunos años en Roldanillo. Nadie vuelve el mismo después del verso porque el verso es una experiencia que surge de lo más profundo y a veces oscuro de nuestro ser, pero que, de alguna forma, emitimos o leemos en busca de un poco de luz. Nadie vuelve el mismo después del verso, porque el verso representa la desnudez del ser que lo escribió y la del que ávido lo lee. En  resumen, nadie vuelve el mismo después de que un rayo lo atraviesa y lo confronta, nadie regresa el mismo después de abrir su pecho al infinito o a la nada... Nadie puede volver el mismo después de una experiencia que confronta y menos si esa confrontación se da en íntima relación con nosotros mismos: con nuestros miedos, con nuestras dichas, con nuestra luz y con la oscuridad que nos posee.

Y así como pasa con el verso, nadie podría volver el mismo, ser el mismo, después de Saturno. Pasar por el ciclo de los 29 a los 30, es como entregar al universo todas nuestras dudas, todos nuestros miedos, para que él mismo nos los devuelva con la única misión de que los miremos a la cara. La fuerza de Saturno es la de aquel que devora a sus hijos para surgir. Devorar a los hijos es una forma de tragarnos lo que somos en todos nuestros aspectos, de tragarnos lo que hemos construido para poder mirar más allá de nuestras propias limitaciones: las que nosotros mismos hemos creado.

Sin un paso como ese, la vida adulta no sería posible. Sin eso, no seríamos capaces de vencernos y renovarnos diariamente a nosotros mismos. No hay ave Fénix sin las cenizas saturninas. No sabemos de qué clase sea la lucha, no sabemos si es poca o intensa, puede que en ocasiones ni nos parezca tan lucha: para unos puede serlo, para otros no, o más, o menos, en fin… Quizás simplemente sea suficiente, la necesaria para que el colorido de una vida adulta pueda instalarse en nuestro ser… Eso sí, recordemos que los colores en su infinita posibilidad de combinación pueden traernos tonos de las más variadas gamas.



Resurgir como el ave Fénix lo hace de sus cenizas y poblar nuestro ser de colorido plumaje no quiere decir que ahora las cosas son color de rosa: eso sería limitar mucho la paleta de posibilidades. No es que no me guste el rosa, es que cuando la monotonía se abre paso, como con el “fueron felices para siempre” de los cuentos de hadas, el ave se estanca y sus plumas envejecen, se vuelven grises, quizás. El colorido de la vida adulta implica que, luego de ese paso intenso, ya no somos los mismos: somos seres que se renuevan constantemente y que, a partir de entonces, asumen la tarea y la entereza de ser una y mil veces aves Fénix, de no permitir que nada encienda el gris en sus plumajes y, menos aún, que las cenizas se queden inmóviles esperando que el viento las disipe. Creo que es en todo esto que reside el invaluable significado de no ser nunca más el mismo después de Saturno en nuestras vidas.